sábado, 24 de mayo de 2014

Café.

Ven. Siéntate a mi lado. Hablemos. Hablemos de las penas que nos perturban, y de las que aún quedan por llegar. Hablemos de los lugares que visitamos, de los recuerdos que dejamos. Hablemos de libros, de música y de películas. Hablemos de nuestros intereses, de nuestros pensamientos, de nuestros ideales. Hablemos de nosotros, de ellos y de él. Hablemos de ti, de todos, de todo. Sea de lo que sea, hablemos.
Hablemos de nuestros miedos, hablemos de nuestros odios, hablemos de nuestras vidas...
Ven. Acércate. Cuéntame. Cuéntame que es aquéllo a lo que temes. Cuéntame quién es el afortunado al que amas. Cuéntame qué es lo que has hecho hoy, cuéntame qué es lo que harás mañana y, quizás, si queda tiempo, cuéntame lo que hiciste ayer. 
Ven. Mírame. Quiero saberlo, te escucho. ¿Cuántas calles has tenido que recorrer para llegar hoy hasta aquí? ¿A cuántas personas te has encontrado, y de cuántas has pasado? ¿Cuántos escaparates te has parado a mirar y cuánto has deseado comprar? Suéltate, tranquila. Únicamente quiero saber.
Quizás, si sacias todas mis dudas, pueda ayudarte. Quizás, si me lo contaras todo, pudiera guiarte. Pero no lo haces, no lo quieres hacer. Te da miedo, o vergüenza, o que sé yo. Algún estúpido pensamiento ha recorrido tu cabeza de punta a punta impidiendo que me lo cuentes. 
Hubiéramos podido hablar, hubiéramos podido conocernos. En fin, otra vez será.
Y así, lentamente, se va deshaciendo la conversación en la espuma del café. Yo te miro, tú me miras, y nos giramos. Cómo ha cambiado todo, aún recuerdo nuestra primera conversación; corta, intensa, y aquí. Conectamos de una manera especial, y desde entonces éste ha sido nuestro pequeño santuario. 
Lástima, esta vez sin duda, de que las cosas acaben.
El último sorbo.


Adiós, pequeña, espero que mañana contestes a mis preguntas.