sábado, 15 de noviembre de 2014

La noche.

Paseaba. Paseaba pensando. A veces le gustaría no pensar tanto, pero no lo podía impedir. Pensaba demasiado.
Paseaba despacio, quería saborear cada segundo de esa noche. Paseaba y recordaba. Recordaba viejos momentos.... Lástima que todo hubiera acabado. Ahora se sentía solo, pero no le molestaba. Todos, absolutamente todos, se habían ido. No literalmente, aún seguían ahí, pero sin darse cuenta.

Todos tenían algo que hacer... No lo entendía, ¿por qué? ¿Qué necesidad tenía la gente de hacer cosas? Cosas y más cosas, cosas todo el día... ¿Se habían parado a pensar alguna vez si de verdad les apetecía hacer lo que estaban haciendo? No lo creía.
¿Qué necesidad tenían de organizarlo todo? Con lo bonito que es salir a la calle sin saber qué hacer. Dar un paseo por la noche sin rumbo alguno, pararte en una cafetería a tomarte algo... Observar las estrellas sin saber qué nombre tienen... Porque, ¿para qué ponerles nombres? ¿Por qué no simplemente admirar su belleza?
Tampoco entendía la manía de algunos hombres de explicar el por qué de todo. ¿Por qué darle sentido a la vida? ¿Por qué no únicamente disfrutarla? ¿Para qué querer saber por qué, cómo y dónde nace una flor? ¿Por qué no simplemente observar lo bonita que es? Que extraña era la gente...

Y allí estaba él, diferente e indiferente al mundo; una vez más, pensando. Pensando que ya no quedaba gente como él, pensando en lo preciosa que podría ser la vida sin que la gente tuviera cosas que hacer, pensando si, alguna vez, el mundo sabría aprender.




Y allí estaban él, él y la noche, la única que escuchaba y comprendía.